Hice todo lo que pude por mi marido, pero siempre parecía insatisfecho. Un día, me desperté con la voz de mi marido en el pasillo junto con una voz femenina. “¿Cómo ha podido?”, pensé. Y ésa fue la gota que colmó el vaso para mí. Trabajo en un banco como gestora de proyectos y nuestro último proyecto ha sido el más duro de todos. A menudo llegaba tarde a casa y, a veces, trabajaba los fines de semana. Pero el trabajo es sólo una parte de mi ajetreada vida. Tengo una casa y un marido de los que ocuparme, y mi encantador marido ya no es tan encantador como antes. No me ayuda con las tareas domésticas, no cocina, apenas va a comprar comida. Yo soy responsable de casi todo.
Aiden no parecía escucharme cuando le contaba mis luchas. Hablábamos de mi nuevo proyecto y de lo agobiada que estaba con el trabajo. Un día, llegué a casa a las 9 de la noche y lo primero que oí fue: “¿Dónde has estado?”. “Sí, lo hice. Un par de veces. Es el proyecto en el que estoy trabajando…”. Aiden me interrumpió. “Lo que tú digas, Claire. Tengo hambre. ¿Me preparas la cena o no?”, dijo mientras miraba un partido de fútbol.
“No creo que quede mucha comida… Tenemos que comprar algo”. “Yo esperaré aquí, tú puedes ir a la tienda”, dijo sin apartar los ojos del televisor. Así que cogí mi cartera y me fui. De camino a la tienda, me perdí en mis propios pensamientos. Aiden solía ser amable y gentil; ahora es un hombre exigente que a menudo está insatisfecho.
Tengo que andar con pies de plomo cuando me comunico con él. “¿Por qué has tardado tanto? Me muero de hambre”, dijo Aiden cuando llegué a casa. Corrí a la cocina para preparar la cena. Comió en silencio y volvió a la tele, dejándome la cocina sucia. ¿Es que ni siquiera sabe lavar el plato?, pensé. No quise decir nada porque estaba demasiado cansada para iniciar una discusión. Así que lo limpié todo y me fui a la cama.
A la mañana siguiente, apenas podía valerme por mí misma. Tenía la nariz taponada, me dolía la garganta y me estallaba la cabeza. “Vas tarde… ¿dónde está el desayuno?”. Ésas fueron las primeras palabras que oí de Aiden en vez de un “buenos días”. Me metí en una ducha caliente y fui a la cocina a preparar el desayuno. Aiden estaba a punto de irse y dijo: “No importa, eres demasiado lenta. Voy a llegar tarde”, y cerró la puerta tras de sí. Me sentía tan mal que tuve que avisar que estaba enferma. Me preparé un té con miel y limón y volví a la cama.
Sentada en la cama, intenté recordar cuándo empezó Aiden a tratarme tan mal. No siempre fue así…Pero entonces me di cuenta de que no recordaba la última vez que Aiden me ayudó de alguna manera o simplemente me apoyó con palabras. Incluso cuando se equivocaba, siempre se las arreglaba para echarme la culpa. Lloré hasta quedarme dormida. Me desperté al oír voces procedentes del pasillo. ¿Ha vuelto a casa? ¿Por qué ha vuelto? ¿Se habrá olvidado algo?