22 años después de que mi padre me abandonara en casa de mis abuelos, me lo encontré en un restaurante, ¡cenando con mi madre! El shock de ver a mis padres, a quienes creía perdidos, me sumió en un torbellino de emociones, pero enfrentarme a ellos sólo consiguió enredarme en su red de mentiras y engaños. No puedo creer que hayan pasado 22 años desde la noche en que mi padre me abandonó. El recuerdo de la disculpa susurrada de mi padre y la visión de su figura en retirada están grabados en mi mente, a pesar de que entonces sólo tenía dos años.
Mi madre nos había abandonado a papá y a mí un año antes, así que mis abuelos eran la única familia que me quedaba en el mundo. Me encontraron a la mañana siguiente, abrigada y tiritando en la puerta de su casa. Estaban atónitos, pero su reacción inmediata fue de amor. Prometieron darme todo lo que necesitara, y lo cumplieron.
Bajo su cuidado, prosperé tanto personal como académicamente. Se convirtieron en mi mundo y yo en el suyo. Avancemos hasta hoy: Tengo 24 años, éxito y por fin me tomo unas merecidas vacaciones. Chloe, mi mejor amiga, y yo llevamos meses soñando con este viaje a un lujoso complejo turístico frente al mar.
En cuanto llegamos, la opulencia del lugar nos golpea como una ola. Todo son suelos de mármol, grandes lámparas de araña y el lejano sonido del océano. La emoción bulle entre nosotras mientras nos registramos, ansiosas por empezar nuestra aventura. Poco sabíamos que nuestras vacaciones de ensueño pronto se convertirían en mi peor pesadilla.Nuestra primera noche, decidimos cenar en el restaurante de lujo del complejo. Chloe y yo nos arreglamos, dispuestas a deleitarnos con comida gourmet y cócteles de lujo. El restaurante es exquisito, con una iluminación suave y una vista del océano para morirse.
Vamos por la mitad de una botella de vino cuando mi mirada se posa en una pareja bien vestida en una mesa cercana. Hay algo inquietantemente familiar en ellos, y se me revuelve el estómago.Mientras sigo mirando, me doy cuenta como si me golpeara un tren. Son ellos. Mis padres. Los que me abandonaron. No puedo respirar. La ira, la curiosidad y una necesidad desesperada de cerrar el círculo surgen en mí, luchando por el dominio.
Antes de que pueda detenerme, me levanto y me dirijo a su mesa, con las piernas como gelatina. Levantan la vista cuando me acerco, con la confusión grabada en el rostro. “No, lo siento, señorita, pero creo que se equivoca de persona”. “No, no me equivoco”, digo, con la voz más firme ahora. “Ustedes son mis padres. Me abandonaron en la puerta de casa de mis abuelos cuando tenía dos años”.
La mujer, mi madre, da un grito ahogado y se lleva la mano a la boca. “No sabemos de qué estás hablando”, dice, con voz temblorosa. “No me mientas”, replico. “Sé que son ustedes. Los reconozco a los dos. Y mi padre tiene una marca de nacimiento distintiva en la muñeca izquierda”. Los dos se quedan paralizados cuando revelo la marca de nacimiento de mi padre, incapaces de segui