Mi Hijastra Me Invitó A Un Restaurante – Me Quedé Sin Palabras A La Hora De Pagar La Cuenta

Hacía una eternidad que no sabía nada de mi hijastra Hyacinth, así que cuando me invitó a cenar, pensé que tal vez era el momento de arreglar las cosas. Pero nada podría haberme preparado para la sorpresa que me esperaba en aquel restaurante. Soy Rufus, tengo 50 años y he aprendido a vivir con muchas cosas a lo largo de los años. Mi vida ha sido bastante estable, quizá demasiado. Tengo un tranquilo trabajo de oficina, vivo en una casa modesta y paso la mayor parte de las tardes con un libro o las noticias en la tele. Nada demasiado emocionante, pero siempre me ha parecido bien. Lo único que nunca he acabado de entender es mi relación con mi hijastra, Hyacinth.

Hacía un año -o quizá más- que no sabía nada de ella. Nunca habíamos congeniado, no desde que me casé con su madre, Lilith, cuando ella aún era una adolescente. Siempre mantuvo las distancias y supongo que, con el tiempo, yo también dejé de intentarlo. Pero me sorprendió que me llamara de improviso, sonando extrañamente alegre.”Hola, Rufus”, dijo, con voz casi demasiado alegre, “¿qué te parece si vamos a cenar? Hay un restaurante nuevo que quiero probar”.

Al principio, no supe qué decir. Hacía siglos que Hyacinth no me buscaba. ¿Era ésta su forma de arreglar las cosas? ¿Intentaba tender algún tipo de puente entre nosotros? Si era así, me parecía bien. Llevaba años deseándolo. Quería sentir que éramos una especie de familia.

El restaurante era lujoso, mucho más de lo que yo estaba acostumbrado. Mesas de madera oscura, luz tenue y camareros con impecables camisas blancas. Hyacinth ya estaba allí cuando llegué, con un aspecto… diferente. Me sonrió, pero la sonrisa no le llegó a los ojos. “Hola, Rufus. Llegaste!”, me saludó, y había una extraña energía en ella. Era como si se esforzara demasiado por parecer relajada. Me senté frente a ella, intentando conectarme con el ambiente.”¿Cómo te ha ido?”, pregunté, con la esperanza de entablar una conversación real.

“Bien, bien”, dijo rápidamente, ojeando el menú. “¿Y a ti? ¿Te va todo bien?”. Su tono era educado pero distante.”Lo mismo de siempre”, respondí, pero no me estaba escuchando. Antes de que pudiera preguntar nada más, hizo señas al camarero. “Pediremos la langosta”, dijo con una rápida sonrisa hacia mí, “y quizá también el filete. ¿Qué te parece?”.Parpadeé, un poco sorprendido. Ni siquiera había mirado el menú, pero ella ya estaba pidiendo los platos más caros. Me encogí de hombros. “Sí, claro, lo que quieras”.

Pero toda la situación me pareció extraña. Parecía nerviosa, se movía en el asiento, miraba el móvil de vez en cuando y me daba respuestas entrecortadas. A medida que avanzaba la comida, intenté dirigir la conversación hacia algo más profundo, algo significativo. “Ha pasado tiempo, ¿verdad? He echado de menos ponerme al día contigo”.

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