Ocho años de matrimonio se hicieron añicos en un suspiro cuando mi marido Mike trajo a casa a su compañera embarazada y ME ECHÓ DE CASA. Hice bien las maletas, ¡pero lo que desempaqué fue un complot de venganza tan brillante y karmático! Ocho años. Aproximadamente 2.922 días. Alrededor de 70.128 horas. Cada segundo, mi corazón insistía en un solo nombre: MIKE, mi marido. Pensaba que me amaba con la misma intensidad. Oh, ¡qué equivocada estaba! Soy Michelle, una esposa fiel que amaba a su marido con locura, hasta aquella fatídica tarde en la que mi mundo se puso patas arriba y del revés…
Era un martes por la noche cuando mi vida decidió descarrilar. Entré en el salón, cansada de un largo día de trabajo, y me encontré a una mujer muy embarazada sentada en el sofá, comiendo patatas fritas. Al principio pensé que me había equivocado de casa. Pero no, allí estaba nuestro feo papel pintado de flores que Mike insistió en conservar, y allí estaba Mike, con cara de haberse tragado un puercoespín”Hola, Michelle”, dijo, con voz tan despreocupada como si me pidiera que le pasara la sal. “Tenemos que hablar”.
Me quedé allí, congelada, con el cerebro intentando calcular la escena que tenía ante mí. La mujer embarazada sonreía torpemente, con la mano en el vientre, como si estuviera haciendo un casting para una telenovela.
“Esta es Jessica”, continuó Mike, señalando la incubadora humana que teníamos en el sofá. “Está embarazada. De mi hijo. Simplemente… sucedió.
Pero la cara de Mike seguía seria y Jessica mantenía aquella sonrisa exasperante. “Mike”, dije despacio, “¿qué quieres decir con que ‘simplemente sucedió’? ¿Te tropezaste y caíste sobre ella…?”. Mike tuvo la osadía de parecer ofendido. “¡Basta, Michelle! Esto es serio. Creo que lo mejor es que te mudes. Puedes quedarte con tu madre. Jess y yo nos haremos cargo de la casa”.Esperaba que Ashton Kutcher saltara y me dijera que me habían hecho una broma para la televisión. Pero, por desgracia, nada de Ashton. Sólo mi infiel marido y su compañera embarazada.
“De acuerdo”, dije tranquilamente. “Recogeré mis cosas y me iré”. Mike parecía aliviado, probablemente pensando que se había librado fácilmente. La sonrisa de Jessica se ensanchó, como si le acabara de tocar la lotería. No sabían que la lotería estaba a punto de devolverles el golpe, y con fuerza. Entonces, encargué una valla publicitaria. Sí, una valla publicitaria. Uno enorme. Nos lo entregaron y lo colocaron en el jardín, para que no pasara desapercibido.
Con letras gigantes y en negrita, proclamaba: “¡Enhorabuena por dejarme por tu amante embarazada, Mike! Espero que el bebé no herede tu infidelidad”. Retrocedí para admirar mi obra, sintiéndome como un hada madrina traviesa que acababa de conceder el deseo más irónico del mundo. Con una sonrisa de satisfacción.