Una Enfermera Dedicada Cuida De Cuatro Hermanas Mayores Y Descubre Un Secreto Que Les Cambió La Vida En Su Testamento Después De Su Muerte

Una desafortunada cuidadora médica llamada Cassandra Myers siguió con una vida humilde mientras trabajaba en una clínica de emergencias del barrio. A pesar de que los asistentes médicos suelen ganar buenos salarios en Estados Unidos, Cassandra terminó luchando económicamente porque gran parte de su salario se destinaba a cubrir las obligaciones de sus padres fallecidos. Vivía en su casa genealógica, situada en un barrio tranquilo donde sus principales compañeros de vida cercanos eran cuatro parientes mayores, todos de más de 80 años.

Cassandra veía con frecuencia a estos viejos vecinos luchando con tareas cotidianas como llevar comida, limpiar su casa, recoger la basura y preparar las comidas. Al comprender que necesitaban ayuda, les ofrecía su ayuda cada vez que regresaba de sus turnos en la clínica. Las cuatro hermanas valoraban sus esfuerzos y apreciaban enormemente su comunicación. En un momento dado, la hermana mayor, Marie, les dio las gracias y les propuso que pagaran a Cassandra por su ayuda. Sin embargo, Cassandra se negó con benevolencia, dando a entender que las ayudaba por motivos de atención y no tanto por un beneficio económico. Se centró en ayudarlas día a día, preparando sus comidas, lavando los platos, ordenando sus medicamentos e incluso ayudándolas a vestirse.

 Durante una cena juntas, Cassandra preguntó por qué las hermanas no habían considerado mudarse a un asilo de ancianos, donde podrían recibir una mejor atención. Clara, una de las hermanas, reveló que habían decidido permanecer juntas en su propia casa en lugar de estar aisladas en una enfermería. Apreciaban pasar sus últimos días rodeadas de verdadero amor y atención, que sentían que probablemente no estarían disponibles en un entorno de asilo de ancianos. Al comprender su punto de vista, Cassandra las consoló diciéndoles que siempre estaría allí para ayudar. Las hermanas se sintieron profundamente conmovidas por su amabilidad, y una de ellas comentó que era la mejor vecina que cualquiera podría desear.

A pesar de su cansancio por el trabajo, Cassandra se centró en visitar a los familiares con regularidad, ofreciéndoles fiestas y cuidando de sus necesidades. Desafortunadamente, a medida que transcurría el tiempo, las hermanas comenzaron a morir individualmente. Cassandra lamentó profundamente cada desgracia y se ofreció a organizar sus servicios fúnebres. Después de que muriera la última hermana, Cassandra fue al servicio fúnebre, donde conoció a una asesora legal llamada Abigail Smith. La asesora legal le agradeció a Cassandra por tratar con las hermanas y le informó que había algo importante que quería examinar.

Al día siguiente, Cassandra visitó la oficina de Abigail, donde le dieron un informe. El abogado explicó que las hermanas tenían hijos que vivían en estados vecinos, pero que estos niños no habían intentado asistir a ninguno de los servicios fúnebres. Heridas por la indiferencia de sus hijos, las hermanas decidieron cambiar su testamento y pasarle todo a Cassandra. Cassandra quedó paralizada por esta revelación. Nunca esperó recibir el legado de las hermanas, que incluía dinero, joyas y la casa. A pesar de que se sentía indigna, Abigail la consoló diciéndoles que las hermanas la consideraban más una niña que sus propios hijos, lo que la convertía en la sucesora legítima. 

El legado era todo lo que cualquiera podía necesitar para que Cassandra se hiciera cargo de las obligaciones de sus padres, pero la situación se complicó cuando los hijos de las hermanas se enteraron del testamento. Al principio, tuvieron que impugnarlo en los tribunales, pero antes de poder continuar, la abogada Abigail les envió cartas de sus madres. Estas cartas, idénticas para cada hijo, expresaban el cariño de las madres, pero también su profunda insatisfacción por haber sido ignoradas en sus últimos años. Las cartas daban sentido a que las madres habían transmitido su fortuna a alguien que había estado ahí para ellas cuando sus hijos no lo estaban. 

Después de recibir las cartas, los jóvenes decidieron retirar su derecho. Comprendieron lo mal que habían tratado a sus madres y reconocieron que no merecían ninguna parte de la herencia. Aunque Cassandra nunca conoció a los hijos de las hermanas, veía nuevas flores en las tumbas de las mujeres todos los años en sus conmemoraciones de fallecimiento. Esta pequeña señal le trajo consuelo, al saber que los hijos de las hermanas finalmente estaban con sus madres, a pesar de que ya era demasiado tarde.

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