Diez años después de desaparecer sin dejar rastro, el ex prometido de Sara, Daniel, reaparece en su puerta con un abogado, exigiendo la custodia del hijo que había abandonado. Los secretos se desentrañan mientras Sara lucha por proteger la vida que construyó con Adam, y la verdadera razón detrás del repentino regreso de Daniel amenaza todo. Ayer, Adam se estaba preparando para ir a la escuela en el piso de arriba y yo saboreaba mi último sorbo de café cuando sonó el timbre. Supuse que era uno de los vecinos, o tal vez el cartero con un paquete que había olvidado.
No había pensado en Daniel en años. Quizás en flashes cuando Adam preguntaba por su padre, o en los momentos de tranquilidad antes de dormir, cuando el pasado suele acecharte. Pero esto… esto no era cómo imaginaba volver a verlo. Estaba allí, diez años mayor, pero aún igual. A su lado había otro hombre. Rigido, con un traje caro, y con cada cabello en su lugar. Sujetaba una carpeta, y todo sobre él gritaba abogado. “¿Por qué estás aquí?” pregunté con voz entrecortada. Mi voz se quebró, pero me negué a retroceder.
Daniel no se molestó con las cortesías. Nunca lo hizo. “Vine a recuperar a mi hijo.” Mi corazón se detuvo y por un momento olvidé cómo respirar. Después de una década de silencio total, ¿pensaba que podía simplemente entrar de nuevo en nuestras vidas y llevarse a Adam? No, esto no podía estar pasando.
“No lo vas a llevar,” dije, mi voz un susurro tembloroso. “No tienes derecho.” El abogado de Daniel aclaró su garganta, avanzando con esa mirada arrogante y sin alma que solo los abogados han perfeccionado. Me entregó la carpeta, su voz ridículamente neutral. “Señora, ha sido notificada.” Mis manos temblaban mientras tomaba los papeles. El lenguaje legal se desdibujaba ante mis ojos, pero pude distinguir las palabras custodia, impugnar y tribunal.
Mis rodillas se debilitaron. La vida que había pasado diez años construyendo —la vida que Adam y yo habíamos labrado para nosotros mismos después de que Daniel desapareciera— estaba a punto de desmoronarse. Daniel era un hombre encantador pero roto y pensé que podría arreglarlo. Pensé que el amor era suficiente y, por un tiempo, lo fue. Adam era la mejor parte de todo. Ese niño pequeño, con sus grandes ojos marrones y su risa contagiosa, era la luz de mi vida.
Convertirme en la madrastra de Adam se sintió tan natural mientras Daniel y yo construíamos una vida juntos. No era perfecta, pero sentía que estaba exactamente donde pertenecía. Luego, una mañana, me desperté con la cama vacía. Pensé que tal vez había salido a correr o a tomar un café, pero las horas pasaron y no había señales de Daniel. Mis llamadas iban directas al buzón de voz y mis mensajes de texto no se leían.
La panic se apoderó de mí, pero lo reprimí, diciéndome que era un malentendido. Luego encontré la nota. Eso es todo lo que decía. No había explicación, ni advertencia, solo esas frías y vacías palabras. Recuerdo estar allí, mirando el papel en incredulidad, con el corazón hecho añicos, pieza por pieza. Adam era demasiado pequeño para entender lo que había realmente sucedido. Cuando le dije que su papá se había ido, no lloró.