Tara luchó por encontrar optimismo en el mundo después de perder a su madre soltera y crecer en un hogar de acogida. Sin embargo, siguió siendo bondadosa a pesar de estar sin hogar. Cuando finalmente consiguió su primer apartamento, su propietario la echó. Le pediría ayuda un año después. La madre de Tara siempre le dijo antes de morir que la esperanza es uno de los regalos más subestimados de la vida. Ella comentaba: “La esperanza es tu barra de apoyo en la montaña rusa que es la vida. No tienes nada que te estabilice en sus curvas irregulares si no tienes esperanza”.
La madre de Tara murió cuando ella tenía solo diez años. Fue criada en un hogar de acogida porque nunca conoció a su padre. Mientras vivía en el hogar grupal, Tara hizo un esfuerzo por mantener su optimismo, pensando que un día un miembro de su familia la encontraría y la adoptaría. Si no, esperaba que alguna familia decente la adoptara algún día. Pero la esperanza de Tara empezó a desvanecerse con el paso de los años, decepcionándola cada vez más. Llegó a la conclusión de que, una vez que saliera del sistema de acogida, las cosas mejorarían en un intento de aferrarse a su atisbo de esperanza. Finalmente, abandonó el sistema de acogida cuando cumplió dieciocho años, pero tuvo problemas para encontrar vivienda y empleo. Tara tenía un corazón bondadoso y era muy trabajadora, pero parecía que todos sus esfuerzos eran en vano.
Finalmente, descubrió que se quedó sin hogar durante unos meses. Para pagar la comida y otras necesidades básicas, se arrastraba para conseguir dinero y aceptaba cualquier trabajo esporádico que pudiera. De vez en cuando encontraba una habitación en el refugio para personas sin hogar del barrio, pero la mayoría de las noches estaba sola, con frío y en peligro en las calles.
Tara había perdido por completo la esperanza en ese momento y estaba más centrada en la necesidad de sobrevivir. Había llegado a la conclusión de que la justicia no existía en el mundo. Sea como fuere, nunca vaciló en su bondad. Finalmente, Tara fue contratada como camarera en un café cercano. Estaba satisfecha de sí misma y agradecía enormemente el trabajo. Tara trabajaba largas jornadas de 12 horas. Trabajó incansablemente en su profesión, con la esperanza de alquilar la casa que había estado mirando durante algún tiempo. En su camino hacia el refugio, pasaba por allí con frecuencia y notaba el cartel de “se alquila” en el patio.
Decidió preguntar sobre el alquiler tan pronto como fue contratada. Tara era una persona hogareña de corazón y estaba dispuesta a trabajar duro para lograr sus objetivos. La esperanza de Tara comenzó a renacer cuando finalmente logró recuperar su lugar. Finalmente amanecía mejores días para ella. Un día, dos ladrones atacaron a Tara cuando regresaba del trabajo, intentando quitarle su bolso. Afortunadamente, justo en ese momento se lo llevaron.