Español Un hombre se burla y abandona a su esposa leal por otra mujer, la vida lo abandona después – Historia del día

“Este matrimonio se acabó… aunque te esculpases en forma de reloj de arena, ¡no te tocaré ni una uña!” David avergüenza a su esposa, Megan, por su peso y la abandona por su secretaria. Pero pronto, el destino cambia las cosas y David cosecha las consecuencias de sus acciones. El aroma de las especias chispeantes flotaba en el aire mientras Megan preparaba la mesa con un cóctel, pollo asado y todos los manjares que a David le encantaban. “¡Perfecto!”, suspiró con una sonrisa.

“Oh, ¿por qué? ¿No te gusta este vestido, cariño? Hoy es nuestro quinto aniversario”, susurró Megan, su voz apenas audible como una súplica perdida en el viento. “¿Lo olvidaste?” “Por supuesto que no”, apretó las mandíbulas. Un destello de esperanza brilló en los ojos de Megan. Pensó que esos eran boletos para París. EspañolLe había dicho a David que quería pasar las vacaciones en París durante la Navidad.

Cegada por las lágrimas, se tambaleó hacia adelante. “Pensé que estos eran los boletos para París… ¿Qué es esto?” La palabra cruel e implacable, DIVORCIO, le apuñaló los ojos. “Dime que es una broma…” susurró Megan, con lágrimas corriendo por sus mejillas.

La risa de David resonó en la habitación como un ladrido monstruoso. “No tengo tiempo para bromear contigo. Porque… te odio”. “¿Por qué?” Megan forzó un susurro a salir de su boca. “¿Por qué?” David frunció el ceño. “Solo mírate en el espejo… sabrás por qué”. “Podemos arreglar esto”, suplicó, con la voz quebrada. “Solo estoy empacando y me voy hoy. Ya terminé contigo”, frunció el ceño. “David, por favor… podemos visitar a un terapeuta juntos. Tal vez arreglemos las cosas. Te amo…” Megan corrió detrás de David, tratando de evitar que cargara su ropa y artículos esenciales en su bolso.

—¿Terapeuta? —se burló—. Déjame recordarte que eres tú la que está enferma, no yo. David le dio la espalda y cruzó el pasillo furioso con su bolso. —No te debo explicaciones. Este matrimonio se acabó y finalmente soy libre —dijo, mientras se dirigía hacia la puerta. —Por favor, David. No me dejes —gritó Megan. —No hay tiempo para tus estúpidos juegos, ¿de acuerdo? —David, con el rostro marcado por una cruel indiferencia, pasó rozando a Megan—. Además, alguien me está esperando en el auto —continuó, sus ojos brillando con una extraña chispa de alegría.

Megan se atragantó, su voz apenas era audible a través de la niebla de lágrimas. —David, ¿quién es? ¿Por qué me estás haciendo esto? —Mírate, Megan —se burló David—. Has perdido toda esa belleza que una vez adoré. Capas de grasa se han apoderado de tu figura de reloj de arena. Oh, no me hagas empezar ahora… —¡Jessica! David continuó. “Mi secretaria, ¿recuerdas? ¡Siempre en forma, elegante y sexy!”

“¿Me estabas engañando?”, balbuceó Megan, mientras las lágrimas trazaban cálidos surcos por sus pálidas mejillas. “¿Con tu secretaria, Jessica?” “¡Bingo!”, espetó David, con los ojos brillando de una alegría enfermiza. “Dos boletos, uno para mí, uno para el futuro que merezco”. Agarró su maleta y abrió la puerta. “¡Y no te olvides de firmar los papeles del divorcio!”, resonó la voz de David mientras cerraba la puerta de golpe y dejaba a Megan con un silencio sofocante. “Este no es el final”, susurró Megan después de despertarse sobresaltada. A medida que avanzaba el día, Megan reunió las fotos de su boda y sus baratijas en un balde de hierro. Con mano temblorosa, las roció con gasolina y les prendió fuego.

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