Esta es la verdad detrás de esta cicatriz en el brazo izquierdo de una persona

La viruela, una de las infecciones virales más devastadoras de la historia, causaba fiebre alta y una erupción cutánea inconfundible. A principios del siglo XX, los brotes de viruela causaron estragos, y el virus se cobró la vida de 3 de cada 10 personas infectadas. Los sobrevivientes solían llevar recuerdos de su lucha para toda la vida, con cicatrices frecuentemente grabadas en sus rostros.

El virus variólico fue responsable de esta enfermedad altamente contagiosa y mortal. En respuesta, los científicos desarrollaron una vacuna innovadora utilizando un virus vivo llamado vaccinia, estrechamente relacionado con la viruela, pero incapaz de causar la viruela. La vacuna estimulaba el sistema inmunitario para producir anticuerpos capaces de combatir la viruela.

A little girl receiving a bandaid after getting vaccinated (for illustrative purposes), Photo Credit: Pexels

Gracias a este avance médico, la viruela se declaró erradicada a principios de la década de 1950, una hazaña tan monumental que la vacunación rutinaria en Estados Unidos cesó en 1972. Hoy en día, solo quienes trabajan en entornos de alto riesgo, como los laboratorios que manipulan el virus, reciben la vacuna.

La cicatriz de la vacuna contra la viruela es una marca única que queda en el lugar de la vacunación. Por lo general, aparece como una pequeña hendidura redonda o ligeramente oblonga, a menudo más pequeña que la goma de borrar de un lápiz. En algunas personas, la cicatriz puede ser más grande y elevada debido a una respuesta inmunitaria más fuerte durante el proceso de curación.

A person's arm with bandaid post-vaccination (for illustrative purposes), Photo Credit: Pexels
 
A diferencia de las inyecciones modernas, que utilizan agujas finas para administrar el líquido, la vacuna contra la viruela requería una técnica más invasiva. Los profesionales sanitarios utilizaban una aguja bifurcada (una herramienta con dos puntas) que sumergían en la solución de la vacuna antes de pinchar repetidamente la piel. Este método causaba una lesión visible, lo que provocaba la formación de tejido cicatricial en el cuerpo durante la cicatrización.

El virus vivo de la vacuna desencadenaba una potente reacción inmunitaria. A medida que el cuerpo luchaba por combatir el virus, se formaba una costra en el lugar de la inyección, que a menudo causaba picazón y dolor. Finalmente, la costra se caía, dejando una cicatriz similar a una marca de viruela, evidencia de los mecanismos de defensa del cuerpo.

Closeup of a smallpox vaccine scar on someone's arm, Photo Credit: Wikimedia

Aunque la parte superior del brazo izquierdo era el lugar de inyección habitual, algunas personas recibieron la vacuna en zonas menos habituales, como los glúteos.

Aunque la vacuna salvó innumerables vidas, algunas personas experimentaron síntomas leves similares a los de la gripe tras recibirla, como fiebre, dolor e inflamación de los ganglios linfáticos. En raras ocasiones, se produjeron complicaciones graves, como reacciones alérgicas, infecciones cutáneas en personas con eccema o inflamación cerebral.

Closeup of a smallpox vaccine scar on someone's arm, Photo Credit: Wikimedia

Dado que la vacunación contra la viruela ya no es rutinaria, las cicatrices causadas por la vacuna son, en gran medida, cosa del pasado. Quienes deseen reducir la apariencia de sus cicatrices pueden optar por usar protector solar para prevenir la decoloración, aplicar ungüentos suavizantes o buscar tratamientos profesionales como la dermoabrasión.

La vacuna contra la viruela y las cicatrices que dejó siguen siendo un testimonio del triunfo de la humanidad sobre una de las enfermedades más mortales de la historia. Aunque la viruela ya no representa una amenaza global, su historia sirve como recordatorio del poder de las vacunas para proteger la salud pública.

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