Se suponía que asistir a la boda de mi hija iba a ser un momento de alegría, pero enfrentarme a mi ex marido y a su nueva esposa lo puso todo patas arriba. Resurgieron viejas heridas y salieron a la luz nuevas traiciones. Pensaba que había dejado atrás el pasado, pero esta experiencia me obligó a enfrentarme a verdades que no estaba preparada para afrontar.
Estaba encantada de que mi hija se casara. Me parecía surrealista pensar que ya había crecido tanto y que entraba en un nuevo capítulo de su vida.

No podía evitar sonreír al imaginarla caminando al altar con su vestido de novia, radiante y llena de alegría.
Se merecía toda la felicidad, y su prometido, Josh, parecía un buen hombre. La trataba con respeto y amabilidad, cualidades que escasean. Me sentí orgullosa de ella por haber elegido sabiamente. No había cometido el error que yo cometí.
Aquel pensamiento me produjo una punzada de amargura. Mi propio matrimonio con Phil había sido un desastre, una lección de todo lo que el amor no debe ser.

Phil era la razón por la que no estaba segura de si debía asistir a la boda. La idea de volver a verlo me revolvía el estómago.
Peor aún, estaría allí con su nueva esposa, una versión más joven de mí, literalmente. También se llamaba Cynthia.
Era como si Phil hubiera sentido un retorcido placer al casarse con una mujer que compartía mi nombre, como si quisiera echar sal en viejas heridas.

La vida con Phil había sido asfixiante. Me sentía como un pájaro en una jaula de oro, admirada pero atrapada. De mí se esperaba que sonriera y jugara a ser la esposa perfecta mientras él paseaba sus aventuras delante de mis narices.
Yo había sido la última en enterarme, la tonta ingenua. Cuando por fin me di cuenta, se me rompió el corazón, pero no dudé en pedir el divorcio.

El acuerdo fue cruel y me dejó casi sin nada. Habían pasado sólo seis meses desde el divorcio, y ahí estaba él, viviendo una vida perfecta mientras yo seguía esforzándome para reconstruir la mía.
La boda en la isla era el sueño de Mila. Mientras mi avión aterrizaba, intenté concentrarme en su felicidad.
Un conductor me recibió en el aeropuerto y me llevó al complejo. En cuanto salí del automóvil, los vi.

Phil y su nueva esposa estaban cerca de la entrada, con sus risas resonando en el aire. Me quedé helada. Incluso dándome la espalda, supe que era él. Se me aceleró el corazón.
En la recepción, dije mi nombre. “Cynthia, madre de la novia”, dije, con voz firme a pesar del nudo en la garganta.
Phil debió de reconocer mi voz. Se volvió y la rodeó despreocupadamente con el brazo.