Cuando adoptamos a Bobby, un niño silencioso de cinco años, pensamos que el tiempo y el amor sanarían su dolor. Pero en su sexto cumpleaños, nos destrozó la vida con cinco palabras: “Mis padres están vivos”. Lo que sucedió después reveló verdades que nunca vimos venir. Siempre pensé que ser madre sería algo natural y sin esfuerzo. Pero la vida tenía otros planes. Cuando Bobby pronunció esas palabras, no fue solo su primera frase. Fue el comienzo de un viaje que pondría a prueba nuestro amor, nuestra paciencia y todo lo que creíamos sobre la familia. Solía pensar que la vida era perfecta. Tenía un esposo amoroso, un hogar acogedor y un trabajo estable que me permitía dedicarme a mis aficiones.
Pero faltaba algo. Algo que sentía en cada momento de tranquilidad y en cada mirada a la segunda habitación vacía. Quería un hijo. Cuando Jacob y yo decidimos empezar a intentarlo, tenía muchísimas esperanzas. Me imaginaba amamantando a altas horas de la noche, haciendo proyectos de arte desordenados y viendo crecer a nuestro pequeño. Lo intentamos todo, desde tratamientos de fertilidad hasta visitar a los mejores especialistas de la ciudad. Cada vez, recibíamos la misma respuesta: “Lo siento”.
El día en que todo se vino abajo está grabado en mi mente. Acabábamos de salir de otra clínica de fertilidad. Las palabras del médico resonaban en mi cabeza. “No podemos hacer nada más”, dijo. “La adopción podría ser tu mejor opción”. Me aguanté hasta que llegamos a casa. En cuanto entré en la sala, me desplomé en el sofá, sollozando desconsoladamente. Jacob me siguió. “Alicia, ¿qué ha pasado?”, preguntó. “Háblame, por favor”.
Negué con la cabeza, apenas capaz de pronunciar las palabras. “Es que… no entiendo. ¿Por qué nos pasa esto? Lo único que siempre he querido es ser madre, y ahora nunca va a ser posible”. “No es justo. Lo sé”, dijo mientras se sentaba a mi lado y me acercaba. Pero quizás haya otra manera. Quizás no tengamos que detenernos aquí.
“¿Te refieres a la adopción?” Mi voz se quebró al mirarlo. “¿De verdad crees que es lo mismo? Ni siquiera sé si puedo amar a un hijo que no es mío.” Las manos de Jacob me enmarcaron el rostro y sus ojos se clavaron en los míos. “Alicia, tienes más amor dentro de ti que nadie que conozca. La biología no define a un padre. El amor sí. Y tú… eres una madre en todos los sentidos.” Sus palabras me rondaron la cabeza durante los siguientes días. Repasaba nuestra conversación cada vez que me asaltaban las dudas. ¿De verdad podría hacer esto? ¿Podría ser la madre que un hijo merecía, aunque no fuera biológicamente mío?