El secreto de mi padrastro me dejó atónita en mi cumpleaños y mi venganza lo hizo llorar

Todo cambió en mi vida. Stephen no era sólo un nuevo padre; era un extraño que intentaba ocupar el lugar de mi madre. Al principio, no se lo puse fácil. El día en que Nancy cumplió 18 años, una carta de su difunta madre le reveló un asombroso secreto: el hombre al que conocía como su padrastro, Stephen, era en realidad su padre biológico. Esta revelación desencadenó un viaje de perdón y unas sentidas vacaciones padre-hija que cambiaron sus vidas para siempre.

Cuando era pequeña, mi padrastro Stephen era algo más que un padre. Se convirtió en mi roca después de que mi madre falleciera cuando yo sólo tenía 10 años. Nuestro hogar se sentía vacío y extraño sin ella. Los primeros años fueron duros para los dos. Estaba enfadada y triste, y Stephen era quien tenía que lidiar con todo ello. Pero nunca se rindió conmigo. Siempre estaba ahí, ayudándome con los deberes, asistiendo a los actos escolares y escuchándome cuando necesitaba hablar.

“Hola, chiquilla”, decía Stephen en voz baja, asomándose a mi habitación. “¿Cómo te ha ido hoy en el colegio?”. “Bien”, murmuré, sin levantar la vista de mi libro. Echaba mucho de menos a mi madre y Stephen no tenía ni idea de cómo manejar mi dolor.

“La cena está lista si tienes hambre”, dijo, intentando sonar alegre. “No tengo hambre”, espeté, sintiendo una oleada de ira. “¡Quiero a mamá!”. Stephen trabajaba incansablemente para mantenernos. Se aseguraba de que tuviera todo lo que necesitaba, desde material escolar hasta apoyo para mis aficiones. “Hago todo lo que puedo, Nancy”, dijo Stephen una noche, tras una discusión especialmente acalorada sobre mi toque de queda. “Esto tampoco es fácil para mí”. “¡No eres mi padre!”, grité, con lágrimas en los ojos. “¡No puedes decirme lo que tengo que hacer!”. “Mira, ahí está Stephen”, susurró mi amiga en una representación escolar. “Nunca se pierde nada”.

“Sí”, admití a regañadientes. “Siempre aparece”. “Te he apuntado a un campamento de fútbol”, anunció un día Stephen, entregándome un formulario de inscripción. “¿En serio?”, pregunté, con los ojos iluminados. “¡Gracias, Stephen!”. Hizo todo esto sin esperar nada a cambio. Su dedicación derribó poco a poco los muros que yo había construido alrededor de mi corazón. Con el tiempo, empecé a verle no sólo como mi padrastro, sino como alguien que se preocupaba de verdad por mí.

Mientras hacía las maletas para ir a la universidad, mi habitación era un caos de cajas y bolsas. Sentía una mezcla de emoción y tristeza. Irme de casa significaba un nuevo comienzo, pero también despedirme de la vida que conocía. Stephen entró con los ojos llenos de lágrimas. Sostenía un sobre con las manos temblorosas. “Esto es de tu madre”, dijo, con la voz quebrada. “Me pidió que te lo diera cuando cumplieras dieciocho años”. Si estás leyendo esta carta, significa que has cumplido 18 años, un hito que me llena de orgullo aunque no pueda estar allí para celebrarlo contigo. En primer lugar, quiero decirte cuánto te quiero.  

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