Me Enteré De Que Mi Esposo Alquila Una Casa En Las Afueras – Casi Se Me Para El Corazón Cuando La Visité

Stan trabajaba en una oficina en un puesto increíble y ganaba un buen dinero. Pero el caso es que empezó a pasar más tiempo en el trabajo mientras yo me quedaba en casa, quitando el polvo, cocinando y limpiando. Stan apenas tenía tiempo para mí, y yo echaba de menos aquellos días en los que solíamos darnos atracones de Netflix, hornear juntos o incluso dormir bien. Stan empezó a llegar tarde a casa y yo estaba casi dormida. Su atención se centró totalmente en el trabajo y, a medida que su carrera alcanzaba nuevas cotas, nuestra conexión disminuía.

Mi matrimonio parecía un sueño hasta que descubrí que mi marido alquilaba una casa secreta en las afueras. Lo que encontré cuando la visité desveló una verdad desgarradora, exponiendo la oscura realidad del hombre que creía conocer. Así que, cuando ya estaba lidiando con la angustia de que Stan no pasara tiempo conmigo, una fatídica mañana, justo después de que mi marido se fuera a trabajar, me di cuenta de que se había olvidado el teléfono en la mesa con las prisas. Pensé que volvería a por él, pero no lo hizo.

Seguí con mi jornada, haciendo la colada y rellenando los jarrones con flores frescas del jardín, cuando su teléfono zumbó de repente. Me invadió la curiosidad e impulsivamente lo cogí para comprobar el mensaje.

Stan había bloqueado su teléfono, pero no sabía que yo había visto una vez su patrón de bloqueo y me lo sabía de memoria, aunque nunca antes había husmeado en su teléfono ni en su intimidad. Durante años, creí que mi marido Stan y yo vivíamos un cuento de hadas. Era mi alma gemela, no sólo un compañero con el que compartía el mismo techo o la misma cama, y yo anteponía felizmente sus deseos, incluso retrasando el tener hijos. Entonces, un día, un teléfono olvidado me reveló la dolorosa verdad: mi marido no era quien yo creía.

Stan me quería y me colmaba de regalos preciosos, pero al cabo de un tiempo, me aburrí de sus regalos caros. Le quería a él, a su tiempo, y no a esos materialistas diamantes brillantes o perlas opulentas. “¿Otro collar?” pregunté una vez, intentando disimular mi decepción al abrir la caja de terciopelo. Stan sonrió, ajeno a mi tono. “Sólo lo mejor para ti, cariño”. Forcé una sonrisa, deseando que comprendiera que su presencia valía más que cualquier joya.

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