Me ofreció las rosas y luego dijo algo que me hizo derrumbarme.

Me habĆ­a estado preparando para este momento durante semanas. Mi uniforme estaba impecable, mis botas lustradas, pero mis manos aĆŗn temblaban al entrar en el vestĆ­bulo de la residencia. RecorrĆ­ la habitación con la mirada, buscando. Y entonces lo vi. Un anciano en silla de ruedas, con el rostro marcado por el tiempo, pero en sus ojos brillaba algo que no lograba identificar. En sus manos, sostenĆ­a un ramo de rosas rojas. Por mĆ­… Se me hizo un nudo en la garganta. RespirĆ© entrecortadamente y di un paso al frente.

“ĀæSeƱor Lawson?”, preguntĆ© en voz baja. Levantó la vista y, cuando nuestras miradas se cruzaron, vi el momento exacto en que me reconoció. Sus labios temblaron en una sonrisa y apretó el ramo con mĆ”s fuerza. “Viniste”, susurró.

Asentƭ, mordiƩndome la mejilla para no llorar.

“TenĆ­a que hacerlo”, dije.

Se rio entre dientes, negando con la cabeza. “No… no lo hiciste. Pero me alegro mucho de que lo hicieras”.

Entonces metió la mano en su bolsillo y sacó una carta doblada y amarillenta.

ā€œEscribĆ­ esto para ti… hace mucho tiempo.ā€

TraguƩ saliva con dificultad al tomarla de sus manos temblorosas.

Ni siquiera la habĆ­a abierto, pero ya lo sabĆ­a: lo que hubiera dentro lo cambiarĆ­a todo.

Me sentƩ frente a Ʃl, intentando respirar con calma. Las rosas reposaban en mi regazo; su fragancia llenaba el espacio entre nosotros. El Sr. Lawson me observaba atentamente, con una mirada suave pero penetrante, como si pudiera ver a travƩs de mƭ.

ā€œĀæEstĆ”s lista?ā€ Me preguntó con dulzura.

DudƩ un momento y asentƭ. DespleguƩ con cuidado el frƔgil papel y comencƩ a leer:

Querida Clara:
Espero que algún día me perdones. Cuando tu madre te trajo a vivir con nosotros hace tantos años, nunca pensé que llegaría a amarte tanto. No eras solo su hija, también te convertiste en mía. Pero la vida tiene una forma de separar a las personas, ¿no? Dejé que el miedo guiara mis decisiones en aquel entonces, y por eso, las perdí a ambas. He cargado con esta culpa todos los días desde entonces. Por eso me alejé después de que tu madre falleciera. Pensé que alejarme de tu vida sería mÔs fÔcil para ti, pero ahora me doy cuenta de lo equivocada que estaba. Pase lo que pase, merecías algo mejor que mi silencio.

Si estĆ”s leyendo esto, significa que finalmente encontrĆ© el valor para acercarme. Por favor, recuerda que no importa cuĆ”nto tiempo haya pasado, sigues siendo mi familia. Siempre lo serĆ”s. Con cariƱo, abuelo. Las lĆ”grimas me nublaron la vista al terminar. Leyendo. Lo mirĆ© atónita. “ĀæEres… abuelo?” Asintió levemente, con los ojos brillantes. “Lo soy. O al menos, solĆ­a serlo”. El peso de sus palabras me impactó como un maremoto. De pequeƱa, siempre me habĆ­a preguntado por la misteriosa figura que desapareció de mi vida poco despuĆ©s de la muerte de mi madre. Rara vez hablaba de Ć©l, solo mencionaba vagos detalles sobre desacuerdos y distancia. Para cuando tuve la edad suficiente para preguntar, cualquier rastro de Ć©l parecĆ­a borrado.

Sin embargo, allĆ­ estaba, sentado frente a mĆ­, frĆ”gil pero vivo, aferrĆ”ndose a la esperanza con cada fibra de su ser. “ĀæCómo me encontraste?”, preguntĆ©, con la voz apenas por encima de un susurro. “No fue fĆ”cil”, admitió. “DespuĆ©s de que tu madre falleciera, me arrepentĆ­ de haber cortado lazos casi de inmediato. Pero el orgullo me mantuvo en silencio. Luego, hace unos meses, contratĆ© a un investigador privado. Te rastreó a travĆ©s de registros militares”. Una leve sonrisa se dibujó en su rostro. “Parece que, despuĆ©s de todo, seguiste sus pasos”. Ese comentario me pilló desprevenida. “ĀæQuĆ© quieres decir?”

“Quiso alistarse en la Marina una vez”, explicó. “Antes de conocer a tu padre. SoƱaba con servir, con marcar la diferencia. Verte con ese uniforme es como volver a mirarla”.

Por primera vez en años, sentí una extraña conexión con la madre que apenas recordaba. Las piezas empezaron a encajar: sus historias, las fotos guardadas en Ôlbumes polvorientos, la silenciosa fuerza que me inculcó a pesar de su ausencia.

Pero aún había mucho sin resolver entre nosotros, entre él y yo.

“ĀæPor quĆ© ahora?”, insistĆ­. “ĀæPor quĆ© contactarme despuĆ©s de todos estos aƱos?”

Su expresión se volvió sombrĆ­a. “Porque no me queda mucho tiempo”, confesó. “Los mĆ©dicos dicen que seis meses, quizĆ” menos. No podĆ­a irme de este mundo sin decirte la verdad. Sin pedirte perdón”.

La habitación quedó en silencio, salvo por el tenue tictac de un reloj cercano. Me dolía el corazón, no solo por él, sino por los años que habíamos perdido juntos. Sin embargo, bajo la tristeza, aún se vislumbraba una chispa de esperanza. QuizÔs no era demasiado tarde para reconstruir lo roto.

“Te perdono”, dije finalmente, con voz firme a pesar del nudo en la garganta. “Pero necesito tiempo para procesarlo todo”.

Asintió comprensivo. “Tómate todo el tiempo que necesites. El solo hecho de saber que estĆ”s dispuesto a intentarlo es mĆ”s de lo que merezco”.

Durante las siguientes semanas, visitĆ© al Sr. Lawson con regularidad. Hablamos de todo: su vida antes de conocer a mamĆ”, las decisiones que los separaron y los arrepentimientos que lo atormentaban. Ɖl compartió historias de su infancia: las travesuras en las que se metĆ­a, los sueƱos que perseguĆ­a, y poco a poco, ella empezó a sentirse real de nuevo para mĆ­.

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