Era una mañana soleada en Nueva Orleans, y Elis, a sus 75 años, decidió hacer algo audaz e inesperado. La idea de hacerse un tatuaje le rondaba la cabeza desde hacía tiempo. Quería sentirse joven de nuevo, abrazar la vida con un vigor renovado. Así que entró en un estudio de tatuajes, eligió un diseño delicado que simbolizaba su resiliencia y amor por la vida, y se tatuó. Sintió una oleada de emoción y satisfacción al admirar la obra de arte en su brazo. Esta fue su declaración al mundo: la edad era solo un número.
Emocionada por compartir su nuevo tatuaje, Elis invitó a su familia a una pequeña reunión. Imaginó su sorpresa y esperaba una reacción positiva. Sin embargo, en cuanto su hija vio el tatuaje, su rostro se torció en desaprobación. “Mamá, ¿en qué estabas pensando?”, exclamó. A tu edad, hacerse un tatuaje no solo es inapropiado, sino que es francamente vergonzoso. Se supone que eres una abuela digna, no una adolescente rebelde. Se ve ridículo y la gente se reirá de ti.
Solo con fines ilustrativos, Elis sintió una punzada de dolor, pero lo que siguió fue aún peor. Su yerno, a quien siempre había tratado como a su propio hijo, estalló en una carcajada descontrolada. Se rió tanto que apenas pudo mantenerse en pie, con lágrimas corriendo por su rostro. “¡Qué gracioso, mamá! ¿En serio? ¿Un tatuaje a tu edad?”, logró decir entre carcajadas. A Elis se le encogió el corazón. No fueron solo las palabras, sino la cruel burla lo que más le dolió. Se sintió humillada y profundamente herida por sus reacciones.
Decidida a no dejar que sus duras palabras y risas la definieran, Elis decidió convertir su dolor en poder. Recordó cómo su yerno, un hombre que solo soñaba con ser millonario y dependía de su hija para todo, la había herido profundamente. Esta fue la gota que colmó el vaso. Elis decidió darle una lección que jamás olvidaría. Durante los dos días siguientes, Elis planeó meticulosamente su venganza. Decidió exponer la pereza y la falta de ambición de su yerno de una manera que lo humillara y lo dejara a la vez esclarecedor. Contactó con algunos amigos suyos expertos en diversos oficios, incluyendo uno que era un excelente actor.
Dos días después, Elis puso en marcha su plan. Invitó a su familia de nuevo, esta vez con el pretexto de que necesitaba ayuda con unas reparaciones domésticas. Su yerno, siempre buscando una excusa para evadir el trabajo real, aceptó a regañadientes. Al llegar, encontraron a Elis esperándolos con una caja de herramientas y una lista de tareas pendientes. Le entregó la lista a su yerno, quien parecía desconcertado. “¿Qué es esto?” —preguntó confundido. —Pensé que podrías ayudarme con estas tareas —dijo Elis con dulzura—.
Después de todo, siempre hablas de lo manitas que eres. —Solo con fines ilustrativos. Echó un vistazo a la lista, que incluía tareas como arreglar el grifo que goteaba, reparar una cerca rota y recablear una lámpara. Miró a su alrededor, dándose cuenta de que no había manera de que pudiera hacer ninguna de estas tareas. Justo cuando estaba a punto de protestar, el amigo de Elis, el actor, llegó vestido de contratista profesional. Se presentó y comenzó a demostrar cómo abordar cada tarea, haciéndolo parecer fácil. El yerno lo observó, nervioso y avergonzado, mientras manipulaba torpemente las herramientas, incapaz de seguirle el ritmo.