Cuando llegó la orden de desalojo, pensé que estaba al límite. Pero una invitación misteriosa y la oferta de un millonario lo cambiaron todo, y no de la forma que esperaba. Anuncio Nunca esperé que mi vida cambiara como lo hizo ese día.
“Mamá, te estás volviendo loca otra vez”, la voz de Emily me llevó de vuelta a la cocina, donde el caos era la norma. Danny perseguía a Leo por la mesa, y los gemelos estaban discutiendo por la última tostada. “Estoy bien, cariño”, dije, forzando una sonrisa. La verdad era que no. Criar a cinco hijos sola desde que Mark falleció hacía dos años había sido como vivir en una tormenta sin refugio.
Las facturas se acumulaban, el dolor acechaba en cada rincón, y la orden de desalojo que llegó hacía unas semanas fue el golpe final. Teníamos un mes para irnos, y no tenía ni idea de adónde iríamos. Apenas unos días antes de que tuviéramos que empacar e irnos, otra carta se coló en mi buzón, entre el montón de facturas vencidas. A diferencia de las demás, este sobre era sencillo, sin remitente, solo mi nombre garabateado. Me temblaban las manos al abrirlo, casi esperando malas noticias.
Pero dentro, encontré algo que nunca imaginé: una invitación a una gala. No una gala cualquiera, sino una organizada por Lucas Hargrove, el filántropo millonario del que todos hablaban.
Su nombre aparecía en todas las noticias, junto a historias de grandes gestos y donaciones que cambiaron vidas. Me quedé sin aliento al leer la última línea de la carta: «Esta noche promete una sorpresa para los necesitados».
«Mamá, ¿por qué pareces haber visto un fantasma?», preguntó Emily, mirando por encima del sofá, con los ojos muy abiertos por la preocupación.
Forcé una sonrisa. «Es… una invitación a una gala».
«¿Una gala?», frunció el ceño. “¿Con gente rica y comida elegante?”
“Sí, algo así”, dije, más para convencerme a mí misma que a ella. Me parecía ridículo: ¿yo en una gala? Pero en el fondo tenía esperanza. Tal vez, solo tal vez, esto podría ser más que una distracción inútil.
La noche del evento, me alisé el único vestido decente que tenía y me despedí de mi madre con un abrazo. “Cuídalos bien, ¿vale?”
Asintió con los ojos llenos de comprensión. “Buena suerte, Sarah. Quizás esta noche sea tu noche”.
Entré al local y me envolví de inmediato en un mar de lentejuelas, diamantes y trajes elegantes. Las lámparas de araña de cristal proyectaban reflejos deslumbrantes y el aire vibraba con el murmullo de las conversaciones. Me sentí fuera de lugar.