¿Me equivoco al estar enojada porque mi madre de 73 años volvió a salir con alguien en lugar de centrarse en nuestra familia?
Nunca pensé que mi madre nos daría la espalda de esta manera. Desde que mi padre falleció hace unos años, asumí que dedicaría el resto de su vida a su familia: a nosotros, a sus hijos y nietos.
Pero, al parecer, me equivoqué. En lugar de estar ahí para nosotros como debería, se está haciendo la adolescente enamorada, gastando todo su tiempo y dinero en un chico.
Sale con él, come en restaurantes elegantes e incluso planea vacaciones con él, mientras que a nosotros nos deja atrás como si no importáramos. Es como si hubiera olvidado por completo cuáles deberían ser sus verdaderas prioridades.
No lo entiendo. Somos su familia. Ya tenía su vida con papá, ¿por qué cree que ahora puede empezar de cero?
¡Hola! Soy mamá. Ay, cariño, entiendo que esto sea difícil para ti. Te quiero a ti y a mis nietos más que a nada en el mundo. Eso nunca cambiará.
Pero perder a tu padre dejó un vacío en mi vida que ni las cenas familiares ni el cuidado de niños pudieron llenar. Pasé tantos años dedicada a los demás —primero a ti, luego a él— y cuando se fue, sentí que no me quedaba nada para mí.
Entonces conocí a alguien que me devuelve la sonrisa, que me recuerda que la vida no se acaba solo porque soy mayor. No lo elijo a él por encima de ti; simplemente elijo permitirme ser feliz también.
Siempre estaré aquí cuando me necesites, pero también merezco vivir los años que me quedan con algo de alegría. Espero que, con el tiempo, puedas entenderlo.
La respuesta de la hija
Leí y releí las palabras de mi madre, con el corazón encogido por emociones que no sabía cómo procesar. Durante mucho tiempo, la había visto simplemente como mi madre: la mujer que me crio, que mantuvo unida a nuestra familia, que sacrificó tanto por todos los demás.
Pero en todo ese tiempo, nunca pensé en ella como ella misma.
Una mujer. Una persona. Alguien con sus propios sueños, deseos y necesidades.
Esperaba que hiciera una pausa en su vida por nosotros, porque eso era lo que siempre había hecho. ¿Pero era realmente justo?
¿Esperaría lo mismo de mí?
¿Querría que mis propios hijos me impidieran encontrar la felicidad después de un desamor?
Suspiré, dejando la carta.
Quizás no estaba enojada con ella; quizás solo me costaba aceptar que las cosas habían cambiado. Que la vida había seguido adelante.