El deseo del 93 cumpleaƱos de Arnold era sincero: oĆr la risa de sus hijos llenar su casa por Ćŗltima vez. La mesa estaba puesta, el pavo asado y las velas encendidas mientras Ć©l los esperaba. Las horas se prolongaron en un doloroso silencio hasta que llamaron a la puerta. Pero no era a quien habĆa estado esperando.Ā
La casita al final de la calle Maple habĆa vivido dĆas mejores, al igual que su Ćŗnico ocupante. Arnold estaba sentado en su desgastado sillón, con el cuero agrietado por los aƱos de uso, mientras su gato atigrado Joe ronroneaba suavemente en su regazo. A sus 92 aƱos, sus dedos ya no eran tan firmes como antes, pero seguĆan recorriendo el pelaje anaranjado de Joe, buscando consuelo en el silencio familiar.
La luz de la tarde se filtraba por las ventanas polvorientas, proyectando largas sombras sobre las fotografĆas que guardaban fragmentos de una Ć©poca mĆ”s feliz.

Hojeó pĆ”ginas de recuerdos, cada uno de ellos era como un cuchillo en el corazón. “MĆrale aquĆ, le faltan esos dientes delanteros. Mariam le hizo aquel pastel de superhĆ©roe que tanto deseaba. AĆŗn recuerdo cómo se le iluminaron los ojos”. Se le entrecortó la voz.
“Aquel dĆa la abrazó tan fuerte que le manchó el vestido de escarcha. A ella no le importó. Nunca le importó hacer felices a nuestros hijos”.

En la repisa de la chimenea habĆa cinco fotografĆas polvorientas, con las caras sonrientes de sus hijos congeladas en el tiempo. Bobby, con su sonrisa de dientes separados y las rodillas raspadas de innumerables aventuras. La pequeƱa Jenny abrazada a su muƱeca favorita, a la que habĆa llamado “Bella”.