Siempre soñé que tener un bebé nos uniría más. Pero la madre de mi esposo tenía otros planes. Lo controlaba todo, y mi marido se lo permitía. Intenté poner límites, pero nada me preparó para la traición que me dejó en la puerta con mi recién nacido en brazos.
Cuando me enteré de que estaba embarazada, me sentí la persona más feliz del mundo. Bill y yo habíamos soñado con esto durante tanto tiempo, imaginando el día en que por fin tendríamos a nuestro bebé en brazos.

Pero yo no era la única que esperaba a este niño. Jessica, la madre de Bill, también había estado esperando, pero de una forma que me hacía la vida insoportable.
Nunca le había caído bien, ni siquiera lo había fingido. Desde el principio, dejó claro que yo no era lo bastante buena para su hijo.
“Bill se merece a alguien mejor”, decía moviendo la cabeza cada vez que yo estaba presente.

Era como si el bebé le perteneciera a ella, no a mí. Insistía en participar en todo.
“Necesitas que te acompañe al médico”, me decía, cogiendo ya su abrigo antes de que yo pudiera protestar.