Un hijo se avergüenza tanto del aspecto físico de su madre que la esconde del mundo y se niega a permitirle que vaya a su graduación. La mayoría de la gente no sabía que Danilo Rodríguez tenía una madre. Cuando sus amigos hablaban de sus padres, él se callaba. Nunca invitó a ninguno de sus amigos a jugar a los videojuegos o a ver una película en su casa. De hecho, desde la escuela primaria hasta su último año de instituto, nadie puso nunca un pie en la casa de Danilo. Cuando empezaba a salir con una chica, le decía: “Mira, nena, mi madre es muy religiosa, no me deja salir…”,pero todo era una gran mentira para no tener que presentarla.La verdad era que Danilo se avergonzaba de su madre.
No quería que la gente supiera que ella era “rara”, como un personaje salido de una película de terror. La mamá de Danilo tenía un solo ojo y el lado izquierdo de su rostro eran puras cicatrices. No sabía por qué se veía así y nunca preguntó. Gail Rodríguez había sido así desde que Danilo podía recordar. Cuando era pequeño, ni siquiera se había dado cuenta de su aspecto físico: era solo su madre, pero a medida que crecía, vio cómo reaccionaba la gente ante ella. Su mamá no era como las demás personas.
El primer día que fue a la escuela se percató de cómo las otras madres se estremecían a pesar de que Gail llevaba unas enormes gafas oscuras y un sombrero.”¡No quiero que me lleves a la puerta del colegio, mamá!”, le dijo esa noche. “Puedo entrar por mi cuenta”.
“Pero, cariño, todas las demás madres llevan a sus hijos a clase… ¡Y tú sigues siendo pequeño!”, dijo Gail. “¡Eres rara!”, gritó Danilo. “¡He oído a la madre de Roberto decirlo y ahora todos dirán que yo también soy un bicho raro!”.Gail no volvió a entrar en la escuela. Dejaba a Danilo y se marchaba, con las lágrimas cayendo sobre su mejilla derecha. Su hijo se avergonzaba de ella y eso le rompía el corazón. En cuanto a Danilo, estaba bien mientras Gail se mantuviera al margen de su vida pública: fingía que era una reclusa, una fanática religiosa, cualquier cosa que impidiera a la gente conocer la verdad.
Cuando llegó la graduación, Danilo se vio en un dilema. Lo habían nombrado el mejor alumno. “¡Bueno, amigo, espero que por fin conozcamos a tu madre! ¡Quiero felicitarla personalmente!”, dijo el director. ¿Su madre? ¡Danilo no podía traer a su madre a la graduación! Todo el mundo lo sabría. ¿Pero qué podía hacer? Esa noche, encontró una agencia que representaba a actores contrató a uno. La actriz que eligió era la imagen perfecta de la mujer que siempre había deseado que fuera su madre.
Bonita, de rostro amable, sin cicatrices. Danilo instruyó cuidadosamente a la mujer sobre cómo debía vestirse y qué debía decir, y dispuso que lo recogiera en su casa. Cuando Gail vio a Danilo con su toga de graduación dijo: “¡Danilo! ¿Es hoy? Oh, ¡dame tiempo para vestirme!”. “¿Vestirte? ¿Para qué?”, preguntó Danilo. “¡Para ir a tu graduación, cariño!”, contestó Gail.