Cuando mi hija de cinco años se negó a cortarse el pelo, no le di mucha importancia hasta que dijo que quería tenerlo largo para su “verdadero papá”. Esas palabras me dieron un vuelco. ¿De quién hablaba? ¿Había alguien más en la vida de mi esposa de quien no tenía ni idea?
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Hola, soy Edward y esta historia es sobre mi hija, Lily. Lily es la luz de nuestras vidas. Con solo cinco años, es un derroche de energía y curiosidad, siempre haciendo un millón de preguntas y aportando las observaciones más graciosas. Es aguda, dulce y tiene una risa que puede alegrar hasta los días más oscuros. Mi esposa, Sara, y yo no podríamos estar más orgullosos de ella. Pero la semana pasada, sucedió algo que puso nuestro feliz mundo patas arriba.
Todo empezó hace unos meses cuando Lily empezó a negarse a que le cortáramos el pelo.
Sus mechones, que antes le encantaba que le cepillaran y peinaran, se volvieron intocables.
Se sentaba con las piernas cruzadas en el suelo del baño, agarrándose el pelo como si fuera su posesión más preciada.
“No, papá”, decía. “Quiero que mi pelo siga largo”.
Al principio, Sara y yo pensamos que era solo una etapa. Los niños son así de peculiares, ¿verdad?
La madre de Sara, Carol, siempre había comentado que el corte pixie de Sara era “demasiado corto para una dama de verdad”, así que pensamos que quizá Lily quería imponer su propio estilo.
“Claro”, le dije. “No tienes que cortarte el pelo”.
Entonces llegó el incidente del chicle.
Fue uno de esos momentos clásicos de la crianza de los que oyes hablar y esperas que nunca te pase.
Lily se había quedado dormida en el sofá durante una noche de cine, con el chicle todavía en la boca. Para cuando Sara y yo la encontramos, ya era demasiado tarde.
El chicle estaba enredado sin remedio en su pelo.
Lo intentamos todo, incluyendo mantequilla de cacahuete, hielo e incluso ese extraño truco online con vinagre.
Pero nada funcionó.
Fue entonces cuando supimos que cortarle el pelo era la única opción.
Sara se arrodilló junto a Lily con el peine en la mano.
“Cariño, vamos a tener que cortarte un poco de pelo”, le dijo a Lily. “Solo la parte del chicle”.
Lo que pasó después nos pilló a ambas completamente desprevenidas.
El rostro de Lily se retorció de pánico y se incorporó de golpe, agarrándose el pelo como si fuera un salvavidas.
“¡No!”, gritó. “¡No puedes cortarlo! ¡Quiero que mi verdadero papá me reconozca cuando vuelva!”
Sara la miró con los ojos muy abiertos mientras yo sentía que se me encogía el corazón.
“¿Qué has dicho, Lily?”, pregunté con cuidado, agachándome a su altura.