No tenía idea de cómo mi decisión de detenerme y comprarle un conejo de punto a la anciana de la esquina afectaría el horario de mi suegra Eloise. Ese pequeño acto inició una serie de circunstancias que revelaron verdades que Eloise había trabajado tan duro para mantener ocultas. Ese fue el punto en el que las cosas comenzaron a cambiar. Desde la muerte de mi esposo, todos los días han sido difíciles. Estaba tratando de criar a mi hija de cinco años, Maisie, sola mientras hacía malabarismos con una profesión exigente. Sentía que estaba fracasando todo el tiempo.
No tenía a nadie a quien recurrir porque mis padres habían fallecido hace mucho tiempo. Mi suegra Eloise era el único miembro restante de la familia, ya que se había mudado para “ayudar”. Sin embargo, su ayuda parecía más parecida a una maldición. ¿De verdad le estás sirviendo esto a Maisie para el desayuno? El silencio de la mañana fue cortado por el filo de la voz de Eloise. Tenía la mirada fija en el bol de cereales que tenía delante Maisie. Murmuré, sin hacer caso de la mirada de Eloise: “Es rápido, y eso es lo que tenemos”.
—No eres lo suficientemente rápida —gritó Eloise. Sus palabras me atravesaron como dagas frías. Ella nunca se ofreció a ayudar, nunca se ofreció a preparar el desayuno de Maisie. Todo era crítica, nada más. Me reprimí para no gritar mi represalia y agarré la mochila de Maisie. Pasamos por la misma esquina por la que siempre pasamos. Había una anciana sentada con una mesita llena de guantes tejidos, bufandas y pequeños animales. Se llamaba Edna.
Teníamos una pequeña charla todas las mañanas, pero hoy. Maisie tiró de mi mano mientras miraba un conejito tejido que estaba dispuesto entre los objetos. Vacilé. No estaba segura de si tenía la resistencia emocional para hacer algo más ese día porque íbamos tarde. Pero me detuve cuando vi la expresión de Maisie hacia el conejito. Buenos días, cariño —dijo—. ¿No crees que el conejo es lindo? Maisie asintió. ¿Cuál es el precio del conejito? Pregunté. Edna se giró para mirarme y luego de nuevo a Maisie. Levantó el conejito y se lo dio a Maisie, diciendo: “Es un regalo”, con una sonrisa amable. Gritando “gracias”, Maisie abrazó a su conejo. Sin saber qué decir, me giré para mirar a Edna. Podía sentir la tensión en mi rostro.
“¿Una mañana difícil?”, preguntó cortésmente. Asentí, sin creer que podía hablar. “Podrías decir eso”. Con sus manos ocupadas con sus cuerdas de tejer, Edna asintió. Hice una pausa por un momento. Esa mujer tenía la cantidad justa de calidez, con su actitud serena y su mirada amable. ¿Te importaría quedarte con nosotros?” Antes de poder detenerme, solté. “Necesitas un lugar donde quedarte, y yo necesito ayuda con Maisie”. Tiene sentido, realmente. Edna abrió los ojos y se detuvo a mitad de la puntada en sus agujas de tejer.