Un niño gasta su último dinero en comprar frutas para su abuela enferma, y ​​el dueño de la tienda aparece en su pabellón más tarde – Historia del día

Tyler quería comprar la bolsa de frutas para su abuela, pero se negó a aceptarla gratis. El dueño de la tienda de comestibles se dio cuenta de este niño inflexible y brillante y decidió intervenir de una manera inesperada. “¿Qué es lo que siempre está frente a nosotros, pero no podemos verlo?” Tyler estaba mirando tranquilamente su video favorito en el teléfono de su madre. Él y su abuela estaban sentados en el porche de su casa, balanceándose de un lado a otro en mecedoras.

Los sonidos silbantes de la brisa cubrieron algo gracioso que la abuela de Tyler le dijo, y el dúo se echó a reír. Tyler se rió de nuevo con solo ver la risa de su abuela en la pantalla. “¡Meemaw se ve tan hermosa cuando sonríe!”, pensó para sí mismo. Para Tyler, de ocho años, el hombre de 60 años era su mejor amigo. Como todas las abuelas, ayudaba a cuidar al niño cuando sus padres estaban ocupados tratando de llegar a fin de mes.

Pero Martha era diferente. Le enseñó a ser curioso sin complejos, a leer libros que él no entendía y a hacer preguntas que a veces la dejaban sin palabras. Martha le enseñó que la comida era medicina y que la enfermedad era una forma que tiene el cuerpo de decirte que necesita más de algo y menos de otra cosa.

Mientras otros niños de la clase de Tyler compartían historias de princesas y guerreros que habían oído de sus abuelos, Tyler compartía historias reales de coraje y bondad de la antigua carrera de Martha como enfermera. Pero quizás una de las mejores cosas que le encantaba escuchar de ella eran los acertijos. Martha parecía tener un montón de ellos en la mente, y la misión de Tyler era responder cada uno de ellos por su cuenta, incluso si le llevaba horas o días.

Finalmente, cuando acertaba la respuesta, ella le daba un premio de 50 centavos. Mientras Tyler se sentaba pensando en su abuela esa noche, miró la alcancía que estaba en la mesilla de noche. Estaba llena de monedas de 50 centavos. La levantó, con cuidado de no despertar a su madre con el más mínimo tintineo. “¿Qué puedo hacer con este dinero para ayudar a que la abuela mejore?”, se preguntó Tyler, mirando la caja.

Tyler recordó lo que el médico le había dicho ese mismo día. “Se recuperará lentamente, pero existe un peligro real de que contraiga neumonía. Si lo hace, complicará las cosas”. Tyler recordó esta palabra porque él mismo había contraído neumonía una vez. Tenía un vago recuerdo de cómo su abuela nunca se había apartado de su cama durante esos pocos días difíciles. Ella le cantaba sus canciones de cuna favoritas y le daba mucha sopa y frutas. Entre otras frutas dulces, había un plato de rodajas de naranja fresca dos veces al día.

“Son ricas en vitamina C, Ty. Te ayudarán a curarte súper rápido y te pondrás de pie de nuevo en un santiamén”. “¡Eso es!” Tyler abrió mucho los ojos cuando se le ocurrió una idea. Sabía exactamente qué haría con el dinero. “Mañana”, susurró en voz baja. “¡Te traeré una bolsa de las naranjas más dulces, abuela!”

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