Una desconocida se sentó junto a mí mientras mi esposo moría en el hospital y me dijo que pusiera una cámara oculta en su habitación para descubrir una verdad

Diana se preparaba dolorosamente para despedirse de su marido moribundo en el hospital. Mientras se esforzaba por procesar que a él sólo le quedaban unas semanas de vida, una desconocida se acercó y le susurró: “Pon una cámara oculta en su habitación… mereces saber la verdad”.

Nunca pensé que mi mundo acabaría en el pasillo de un hospital. Las palabras del médico resonaron en mi cráneo como un toque de difuntos: “Cáncer en estadio cuatro… metástasis… le quedan unas semanas de vida”.

El diagnóstico destrozó el futuro que había planeado con Eric. Quince años de matrimonio y ahora nos quedaba un puñado de días. El anillo dorado de mi dedo se sintió de repente pesado, cargado de recuerdos de tiempos mejores: nuestro primer baile, los cafés matutinos compartidos en cómodo silencio y la forma en que me acariciaba el pelo cuando estaba triste.

Una mujer desconsolada en la sala de un hospital | Fuente: Midjourney

Se me revolvió el estómago al ver pasar a otras familias. Algunas lloraban, otras reían y otras estaban congeladas en ese peculiar limbo entre la esperanza y la desesperación. Sabía que tenía que salir antes de destrozarme por completo.

Atravesé a trompicones las puertas automáticas y el aire de finales de septiembre me golpeó la cara como una suave bofetada. Mis piernas me llevaron hasta un banco cercano a la entrada, donde más que sentarme me desplomé. El sol del atardecer proyectaba sombras largas y distorsionadas sobre el recinto del hospital, reflejando la agonía de mi corazón.

Fue entonces cuando apareció ella.

Una mujer triste sentada en el pasillo de un hospital | Fuente: Midjourney

No era notable a primera vista. Sólo era una enfermera normal de unos cuarenta años, con uniforme azul marino y ojos cansados que contenían algo.

Llevaba el pelo plateado recogido en un moño y calzaba zapatos cómodos, de quien pasa muchas horas de pie. Se sentó a mi lado sin pedírmelo, y su presencia era a la vez intrusiva y extrañamente tranquilizadora.

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