John lleva años viniendo a mi trabajo. El mismo orden, el mismo gesto silencioso. Es de esos tipos en los que no piensas dos veces, hasta que lo haces.
La semana pasada, le dije que mi novia y yo íbamos a Vietnam. Solo para charlar. Pero entonces su rostro cambió por completo.
Se me encogió el estómago.
Yo era uno de esos bebés.
Se lo dije. Observé cómo sus manos se quedaban quietas sobre el mostrador. Se le llenaron los ojos de lágrimas. “Entonces podría haberte abrazado”, susurró.
Ninguno de los dos habló ni un segundo.
Siempre me pregunté sobre las manos que me llevaron a un lugar seguro. Las personas que se aseguraron de que saliera. Y ahora, una de ellas estaba justo frente a mí.
Hablamos un rato. Sobre ese día, sobre lo que recordaba, sobre el caos y la angustia. Antes de irse, me agarró del hombro con la voz ronca. “Dormiré mejor esta noche”, dijo. “Sabiendo que lo lograste”.
Pensé que ese era el final. Solo un momento hermoso e imposible. Pero al darse la vuelta para irse, dudó.
“Hay… algo más”, dijo, bajando la voz. “Algo que debo decirte”.
John volvió a sentarse, frotándose las manos como si estuviera armándose de valor para decir algo que había enterrado durante décadas. Exhaló con fuerza y me miró a los ojos.
“Tuve un hijo allí. En Saigón”.
Sentí una extraña presión en el pecho. “¿Tuviste un hijo?”.
Asintió. “Con una mujer llamada Linh. Nos conocimos mientras estuve destinado allí. No se suponía que nos enamoráramos, pero lo hicimos. Y entonces, sin darme cuenta, tuvimos un hijo”. Su voz se quebró. “Intenté llevármelos conmigo cuando me fui, pero no fue posible. Cuando la ciudad cayó, los perdí por completo”. Busqué, pregunté por ahí, pero fue como si hubieran desaparecido.
Guardé silencio. Escuchando. Procesando.
“Nunca dejé de buscar”, continuó. “Nunca dejé de esperar encontrarlos. Pero no encontré nada. Ni registros, ni pistas. Solo un nombre, un recuerdo y una foto”.
Sacó una foto desgastada y amarillenta de su cartera. Un John más joven, con un bebé en brazos, de pie junto a una mujer de ojos oscuros y amables.
“No sé si logró escapar”, admitió. “O si Linh lo logró. Es solo que… ni siquiera sé si sigue vivo. Pero si pudiera encontrarlos, si tan solo supiera que están bien, eso significaría todo”. Algo me conmovió profundamente. Algo más grande que una simple coincidencia. Más grande que un simple encuentro casual entre un veterano de guerra y una persona adoptada.
Miré al bebé de la foto y luego a John. Me daba vueltas la cabeza.
“John”, dije con cuidado, en un susurro. “¿Y si pudiera ayudar?”
Me miró parpadeando. “¿Qué quieres decir?”
“Voy a Vietnam”, dije. “Y conozco gente allí, especializada en encontrar familiares perdidos. Si me das esa foto y cualquier detalle que recuerdes, puedo llevármela”.
Se le cortó la respiración. “¿Harías eso?”